Una cámara es solo un objeto

La cámara es solo un objeto, un instrumento. Lo importante es quién está tras ella, el ojo que mira a través de ella.

miércoles, 8 de julio de 2015

40 metros, y las cosas cambiaron

Me gusta Bob Dylan.

Es raro que a alguien le guste Dylan hoy en día sin que le llamen "Hipster" (a día de hoy sigo sin saber exactamente que te hace Hipster si en el momento en que lo eres ya dejas de serlo). Está viejo, sus canciones eran de nuestros abuelos y además no viste a la última moda. Parece sacado de una película de vaqueros de bajo presupuesto. 

Y sin embargo, es algo que no puedo evitar. Uno no sabe si enamorarse de su voz cascada que parece acompañarte en una noche junto al fuego por las llanuras de la ruta 66, contándote la historia de John Wesley que más parecería un clásico de Billy the Kid; de su inseparable armónica cuando tocaba Blowin in the Wind; del espíritu que toca tus emociones cuando de una forma animada intenta contarte con Duquesne Whistle un amor fracasado; etc, etc...

Dos de estas canciones aparecieron en el concierto en el Barclays Center, en momentos muy distintos, pero muy apreciadas por el público. Sin embargo, la gente salió decepcionada, como siempre que se ve que nuestros héroes están hechos de carne y hueso y que son como cualquiera de nosotros. Brillaba el desconcierto por no haber oído ninguna de las canciones más clásicas como Hurricane o la archireversionada, reinterpretada y parodiada Knockin´ On Heaven´s Door. Pero no era extraño. Solo hay que ver con que canción empezó Dylan a cantar: Things have changed:

People are crazy and times are strange
I'm locked in tight, I'm out of range
I used to care, but things have changed


Algo se me revolvió cuando escuché esas líneas. Una verdad innegable: Dylan ha evolucionado. No ha cambiado en nada, sino que ha evolucionado para adaptarse a nuestro mundo. Está en su naturaleza, y no es algo nuevo. ¿O acaso los gritos de "traidor" "Judas" o "vendido" no resonaban con fuerza cuando en 1965 cogió una guitarra eléctrica y tocó la mítica Like a Rolling Stone? Y su respuesta a la banda fue clara "¡Tocar más alto!".

Las manos no le temblaron al piano cuando tocó Autum Leaves, y de pronto nos encontrabamos con Frank Sinatra acompañándole durante el concierto. Suave, encantador y con una sensibilidad que demuestra el profundo respeto que Dylan le tuvo a Frank Sinatra. Respeto mutuo, claro está, porque entre verdaderos artistas ya se sabe que siempre existe el respeto en las formas y en las palabras. La pena llegaba cuando muchos esperábamos verle coger una guitarra, ajustarse la armónica y decidirse a tocarnos alguno de sus clásicos. Pero de nuevo se imponía esa verdad: las cosas han cambiado.

Pero ante todo, Dylan sigue siendo el mismo en lo que importa. En mitad del concierto salió la mejor versión que le he escuchado tocar de Pay in Blood, de su álbum Tempest. Lenta, melancólica, acompañada con los tonos de media luz amarillenta sobre el escenario dando ese aspecto de cantina, de pequeño escenario de café, donde los que fuimos estábamos invitados a oírle tocar. No como unos privilegiados, no como unos pocos elegidos para estar ahí. Podrían haber sido cuatro gatos y dos ratas, que Dylan no habría dado importancia. Él cantaba para contar una historia. Una historia que bien podría haber sido acompañada por un buen vaso de coñac o una cerveza bien fría, según se quiera calentar o templar el ánimo.

No, Dylan no es el mismo rebelde de 30 años, sino uno de 74. La edad importa, porque las experiencias se acumulan. Y dolió reconocerlo. Pero eso no es malo. Dylan ha sido siempre así, cambiante, inconformista, personal. Eso es lo que tanto atraía de él. Eso es lo que a 40 metros del escenario o en la radio de casa uno puede llegar a sentir cuando escucha con calma los acordes rotos de guitarra, la armónica gastada y la voz cascada. La única diferencia, es que en persona, a 40 metros, uno se ve obligado a percatarse que no se va a escuchar a Dylan volviendo a ser el joven Dylan, sino a escuchar y ver como a los 74 años, el viejo Bob sigue creciendo y madurando. 



Que bien le queda a Dylan el blanco y el tono a media luz. 
Siempre será un placer escucharle, maestro.



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